lunes, 5 de octubre de 2020

Lección 8: La crisis de la escuela

 Mariana Alvarez Iriarte

La crisis de la escuela

Para comenzar, la escuela es una producción institucional de otro momento histórico y que por lo tanto, nació asociada a otras circunstancias sociales, políticas y culturales. 

En cuanto a los cambios, la escuela moderna es una construcción social surgida entre el siglo XVII y XVIII en las sociedades europeas. Se da la pedagogía entre un maestro y un alumno. La relación es inédita porque el maestro no es más que un artesano transmitiendo un saber-hacer a un joven aprendiz, sino que se autonomiza de las relaciones sociales y genera un espacio y tiempo específico para la transmisión de los conocimientos. 

Cuando comenzaron a delinearse nuevos sentimientos y afectos respecto a la niñez, opuestos a una mentalidad que los pensaba como adultos pequeños. La aparición del cuerpo infantil implicó una serie de transformaciones relacionadas con un lento proceso de demarcación de la niñez, la percepción del niño en tanto ser inacabado que necesitaba resguardo y su segregación y posterior reinserción en la sociedad. En este proceso, la escuela fue causa y consecuencia, relacionada principalmente con la necesidad de alejar al niño de la vida cotidiana del adulto.

Cabe resaltar que, el Estado es una figura clave en la construcción de un espacio de sentido para el conjunto de los individuos y de las instituciones. La escuela estuvo doblemente asociada a la creación de este espacio común: por una parte, como portadora de una propuesta universalista que expresaba el conjunto de los valores, los principios y las creencias en los que se fundamentaba la “comunidad”, a la que debían incorporarse las nuevas generaciones y, por otra, como dispositivo de regulación social, y, en consecuencia, como instrumento de gobernabilidad. 

La institución escolar, que en su origen desplegó un ejercicio que consistía en subordinar las identidades históricas y culturales particulares al proyecto de creación de una identidad nacional, está hoy involucrada en responder a la multiculturalidad. 

El proceso de globalización rompe esta matriz societal y deshace el entramado institucional en el que se sostenía y, con ello, el campo común al que se integran y articulan individuos e instituciones. El Estado, y por ende la acción política y los criterios que esta definía para la organización del campo nacional, pierde centralidad, en favor de una presencia fuerte del mercado y la competencia en la definición del orden societal.

Se introduce la temática de la asimetría en el poder de los Estados que interactúan en el orden globalizado y desarrolla la tesis acerca de que los Estados más poderosos han desempeñado un papel activo, y con frecuencia crucial, en el advenimiento de la globalización y en la tarea de mantener este nuevo orden.

En el campo de la educación, estos posicionamientos señalan la pérdida de la potencialidad de la escuela para instituir identidades y asocian esa caída con la muerte del Estado nación y de la ley como instancia fundadora de la ciudadanía. En esta nueva orden societal la familia ha cambiado. Ha dejado de ser una estructura jerárquica organizada alrededor de los mandatos de reproducción de la especie, de la producción material y de las exigencias del mandato patriarcal. Hoy día el eje organizador de la unidad familiar es la comunidad emocional, el cultivo de la intimidad y el reconocimiento de las individualidades. 

Sólo las familias provenientes de los sectores más tradicionales de la población encauzan a sus hijos en la preservación de una tradición que hasta el momento los ha mantenido en una posición social de privilegio. Las elites más modernas apuestan a la construcción de individuos competitivos y las clases medias ilustradas construyen una estrategia que combina recursos culturales con reforzamiento de la creatividad individual. El resto de las familias están sumidas en la perplejidad que les genera la comprobación de la “inoportunidad” de la transferencia a sus hijos de las antiguas estrategias a través de las cuales ellos lograron ascender socialmente.

Del mismo modo, se acuñó el concepto de “modernidad reflexiva” para designar una sociedad donde la tradición se repliega y los individuos se ven forzados a vivir de una manera más abierta y reflexiva. Sin embargo, la retracción de la tradición, y las rupturas en la trasmisión generacional de estrategias concretas para la acción que por supuesto traen incluidas una definición ética, no significa que se haya interrumpido la trasmisión de capitales culturales y sociales a los hijos a partir de los cuales estos rearman sus trayectorias a la luz de las oportunidades y restricciones que generan las nuevas condiciones de existencia. No hay repetición pero si transferencia de capitales. 


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